La etapa imperial (1523-1556)
El primer escudo de armas que el rey concedió en el territorio novohispano se dio a la ciudad de México por Carlos V el 4 de junio de 1523. El ayuntamiento creado por Hernán Cortés lo había solicitado a fines de 1522 para consolidar su preeminencia en la ciudad.
[En el “Cedulario de la nobilísima Ciudad de México” (1523-1611) se lee:
“Don Carlos, por la gracia de Dios, Rey de Romanos Emperador y Semper Augusto, y Doña Juana su madre, y el mismo Don Carlos, por la misma Gracia: Reyes de Castilla de León, de Aragón, de las dos Sicilias… en nombre de Vos, el Consejo, Justicia, Regidores, Caballeros, Escuderos, Oficiales y Hombres buenos, de la Gran Cuidad de Tenoxtitlán – México, que es, en la Nuestra Nueva España, que es fundada, en la Gran Laguna, nos hicieron relación, que después, que la dicha Ciudad. Fue ganada, por los cristianos españoles, nuestros Vasallos; en nuestro nombre, hasta ahora no habíamos Mandado, dar, y Señalar Armas, y Divisas que trajesen, en sus pendones, y se pusiesen, en su sello; y en las Otras Cosas, partes. Y lugares, donde fuese necesario; y Nos considerando. Como la dicha Ciudad, es tan insigne, y Noble, y el más principal Pueblo, que hasta ahora, en la dicha Tierra, por Nos, se ha hallado Poblado, que esperamos que será, para Servicio Nuestro, Señor, y ensalzamiento de su Santa Fé Católica, y honra, acrecentamiento, de nuestros Reinos, acatando los trabajos y peligros, que en ganalla, los Cristianos y Españoles Nuestros Vasallos han, pasado, sus servicios, y porque es cosa justa, y razonable, que los que bien sirven, sean honrados y favorecidos por sus preíncipes; por la mucha voluntad que tenemos, que la dicha Ciudad, sea más noblecita y honrada, tuvímoslo por bien, y por la presente, hacemos merced, y señalamos, que tengan por Armas conocidas un escudo, azul, de color de agua, en señal de la Gran Laguna en que dicha Ciudad está edificada , y un Castillo, dorado, en medio, y tres Puentes de Piedra de cantería, y en que van a dar en dicho castillo, las dos, si llegar a él, en cada una de las dichas dos Puentes, que han de estar a los lados, un León levantado, que hazga con las uñas en dicho castillo, de manera , que tengan los pies, en el puente, y los brazos en el castillo, en señal de la Victoria, que en ella hubieron los dichos, Cristianos, y por la Orla, Diez hojas de Tuna, verdes, con sus abrojos, que nacen, en la dicha Provincia de Campo Dorado, en un escudo a tal como éste, las cuales Armas y Divisa, damos a la dicha Ciudad, con sus Armas Conocidas, por las que podáis traer, poner, e trayais, é pogais, en los Pendones, y Sellos, y Escudos, y Banderas, de ella, y otras partes, donde quisiederes, y fueren menester; e según e, como e de la forma y manera, que las traen, y ponene las otras ciudades, de estos dichos nuestro Reinos de Castilla, a quien tenemos dado armas…dad en la Villa de Valladolid a cuatro días del mes de julio,; Año del Nacimiento de Nuestro salvador Jesucristo, de mil quinientos veinte e tres años. Yo el Rey”. Aportación del Redactor del blog.]
En él, resaltaba sobre un fondo azul, que recordaba la laguna, una torre dorada con tres puentes de piedra que llegaban a ella, sin tocarla, y dos leones rampantes en señal de la victoria de los cristianos. El escudo estaba rodeado de una orla con diez hojas de nopal verdes y carecía de timbre que lo coronara. Aunque no existen testimonios gráficos de esos primeros tiempos, es muy probable que desde fechas tempranas fuera utilizado como tal el águila sobre el nopal, que a la larga se sobrepuso como timbre o insignia al escudo de Carlos V.
Es un hecho que a mediados del siglo XVI ese emblema ya era utilizado extensivamente pues en una lámina del códice Osuna sobre la expedición a la Florida (1559-1560) se muestra a un capitán a caballo portando una bandera con el águila y el nopal. Es lógico pensar que al no haberse dado propiamente un acto de fundación, a causa de que existía previamente una ciudad prehispánica, se utilizara el emblema fundador de ésta desde la fecha mítica de 1315.
De hecho, el escudo español tenía tan pocas referencias a la antigua ciudad (la laguna y los nopales) que no podía funcionar más que añadiéndole el de la fundación prehispánica. En esa época Hernán Cortés también solicitó títulos y blasones para sus fundaciones de Veracruz, Segura de la Frontera, Medellín y Espíritu Santo. Salvo las dos primeras, ninguna de ellas tuvo continuidad. El de Veracruz le fue concedido por Real Cédula del emperador el 4 de julio de 1523 junto con el título de ciudad por ser el primer ayuntamiento fundado en el territorio, recién desembarcado Hernán Cortés en las playas de Chalchicueyecan en 1519. En el escudo aparecía un castillo coronado por una cruz roja, las columnas de Hércules con el lema “plus ultra” y una orla con trece estrellas.
El mismo año se concedieron título y blasón a Segura de la Frontera, el escudo tenía un león rampante coronado y rojo, sobre campo blanco y una orla con ocho aspas doradas en campo azul. En el periodo convulsivo que vivió el territorio entre 1524 y 1530, la guerra civil y la anarquía estuvieron a punto de estallar y todos hablaban de las “comunidades”, referencia a los alzamientos populares en Castilla contra el gobierno de Carlos V. En esta caótica situación fue fundada Antequera en el valle de Oaxaca en una zona que Cortés había reservado para sí. Su primer emplazamiento, obra de Alonso de Estrada, se remontaba a 1524 y ese año se trasladó allá el cabildo de la ciudad de Segura de la Frontera, aprovechando la ausencia del conquistador en la expedición a las Hibueras. Cuando éste regresó eliminó dicha fundación, pero en 1528 el capitán se fue a España, situación de la que se valió el presidente de la Audiencia, Nuño de Guzmán, para refundar la villa de Antequera como un enclave de la corona en un territorio que el poderoso Hernán Cortes quería como su feudo personal sin reserva alguna. Para sustraerse del dominio del Marqués, el recién fundado ayuntamiento de la villa solicitó a la corona el escudo de armas concedido a Segura de la Frontera, el título de ciudad y el engrandecimiento de su fundo legal, pues las tierras del marquesado del Valle la tenían constreñida a un reducido territorio. El 25 de abril de 1532, la reina gobernadora concedió a Antequera el título de ciudad y el escudo solicitado con un león rampante coronado rodeado de una orla con ocho aspas. Ese año se le otorgó además un fundo de una legua, ordenamiento al que se opuso Hernán Cortés, quien presentó ante la Segunda Audiencia una demanda, que ganó. Tres años después, en 1535, se fundaba en la ciudad la sede episcopal que presidiría el obispo Juan López de Zárate.
Por esas fechas, y también con una azarosa fundación como antecedente, comenzó a prosperar la segunda ciudad del virreinato: la Puebla de los Ángeles. La nueva población, propuesta por la Segunda Audiencia y por los franciscanos alrededor de 1532, trajo consigo la oposición de varias instancias, como el ayuntamiento de la capital, por la competencia que Puebla significaba para México, y la de los poblados indígenas vecinos, por la cantidad de trabajadores exigidos.
También se opuso a ella el mismo obispo dominico de Tlaxcala, fray Julián Garcés, quien había solicitado convertir la sede de su capital episcopal en una ciudad de españoles, lo que se frustraba con la fundación de Puebla. El nuevo emplazamiento de los Ángeles recibiría del rey su título de ciudad el 25 de febrero de 1533. Por esas fechas también se le otorgó un escudo de armas: una fortaleza con cinco torres de oro asentada en campo verde, un río que sale de su centro y dos ángeles vestidos de blanco que la franquean sosteniendo en sus manos las letras K y V alusivas a “Karolus V”. En esta reproducción aparecía también el lema que circundaba el escudo: “Angeles suis Deus mandavit de te ut custodiant” (Dios mandó a sus ángeles que cuidasen de ti. Salmo 90, versículo 11). Este escudo tuvo un importante papel en el mito fundacional de la ciudad, construido a fines del siglo XVII en el marco del enfrentamiento entre los franciscanos y los obispos de Puebla. La leyenda comenzó a gestarse en el cabildo de su catedral alrededor de 1670 y en la narración se mencionaba que el primer obispo de la diócesis, fray Julián Garcés, había tenido un sueño en el cual Dios le mostró el sitio en que era su voluntad se fundase la ciudad. En él, unos ángeles echaban cordeles y señalaban la planta de la futura urbe “midiendo las cuadras y proporcionando las calles”. Con ello se restaba presencia a los franciscanos, los verdaderos fundadores. El cronista jesuita Francisco de Florencia, a quien se debe esta primera referencia, agregaba: “De la noticia que el dicho obispo daría al Emperador se motivó la forma del escudo de armas con dos ángeles”. Este supuesto se convirtió en un hecho histórico real cuando todos los cronistas poblanos del siglo XVIII lo repitieron hasta el cansancio y lo convirtieron en un elemento fundamental de la identidad urbana, necesario en un periodo de decadencia económica y de pérdida de preeminencia regional.
La misma oposición que tuvo Puebla por parte del ayuntamiento de México se presentó alrededor de 1532 cuando la Segunda Audiencia autorizó la fundación de la ciudad de españoles de Michoacán, fundada por el entonces oidor Vasco de Quiroga cerca de la antigua Tzintzuntzan, la que fuera capital principal del reino purépecha. La urbe, que tenía la misma finalidad utópica de Puebla (crear un espacio mixto de convivencia pacífica entre indios y españoles), se llamaría Uchichila o Granada. A pesar de la oposición de la capital, los encomenderos de Granada, agrupados en un cabildo español, recibieron del emperador el nombramiento de ciudad en
1534 y un escudo de armas: muy posiblemente el de los tres reyes antiguos que gobernaban la provincia de Michoacán con sus cabezas coronadas y mantos de armiño. La nueva ciudad prometía convertirse en el centro político y administrativo del territorio michoacano. Con todo, como veremos, este título le fue arrebatado por Pátzcuaro a instancias del mismo Vasco de Quiroga y su prestigio como capital regional duró muy poco tiempo.
La séptima entidad de españoles que consiguió título de ciudad y blasón en este periodo fue Guadalajara. El 8 de noviembre de 1539 el emperador le concedió en Madrid un escudo con dos leones “puestos en salto” y arrimadas las manos a un pino de oro sobre campo azul. Como timbre el escudo llevaba “un yelmo cerrado y por divisa una bandera colorada con una cruz de Jerusalén de oro puesta en una vara de lanza y follaje de azul y oro”. La concesión, solicitada por Santiago de Aguirre en nombre del “Consejo, justicia y regidores”, llegó en una etapa difícil para la nueva ciudad. Su fundador Nuño Beltrán de Guzmán había elegido como capital de su reino en formación la villa de Compostela (actual Tepic). Guadalajara, de hecho, estaba fundada en un emplazamiento mucho más norteño que el actual, pero ahí sufrió varios ataques de los grupos chichimecas. En 1540, a raíz de la rebelión del Mixtón, la “ciudad de Guadalajara” que no pasaba de ser de hecho un caserío, fue devastada y tuvo que ser refundada en su lugar actual. A pesar de ser un asentamiento con escasos habitantes su importancia se acrecentó con el tiempo, aunque no el número de sus pobladores. En 1548 el obispo fundador de la sede, Pedro Gómez Malaver, prefirió esta ciudad para asentar su catedral. La villa de Compostela donde se le había destinado y en la que funcionaba la Audiencia de Nueva Galicia, no le pareció propicia para ello. Ese tribunal, sin embargo, no sería trasladado a Guadalajara sino hasta 1560. Así, esta ciudad fue un caso excepcional entre todas las urbes aquí tratadas, salvo México, pues el privilegio de tener escudo y título de ciudad se le concedió antes que en ella se fundara la sede obispal o que se obtuviera la primacía como capital del gobierno civil.
Junto a esas siete ciudades de españoles, la Corona imperial de Carlos V concedió título y blasón a lo menos a otras seis urbes indígenas: Pátzcuaro en Michoacán; Tlaxcala, Cholula y Huejotzingo en los valles cercanos a Puebla; y San Juan Tenochtitlán y Tezcoco en la cuenca del Anáhuac. La primera urbe indígena que recibió dicho título y blasón fue Tlaxcala. A causa de su alianza con Cortés y de sus importantes servicios durante la conquista de Tenochtitlán, Tlaxcala había recibido una serie de beneficios y una categoría especial en las primeras dos décadas del dominio español. Sus habitantes no fueron entregados en encomienda sino colocados directamente bajo la tutela del rey. Entre los varios señoríos prehispánicos que la conformaban se destacaban cuatro: Ocotelulco, Atlihuetzian, Tizatlán y Topoyanco, los cuales se conservaron bajo el dominio de sus propios linajes. Alrededor de 1535 se inició la construcción de una ciudad neutral en el centro de los cuatro señoríos; en ella se nombró un cabildo, con representación rotativa de las principales cabeceras, y un gobernador, cuyo cargo estuvo controlado sobre todo por Ocotelulco y Tizatlán.
Por esas fechas Tlaxcala conseguía también el título de ciudad por una real cédula de 1535, en la cual se le concedía igualmente un escudo de armas: un castillo con tres torres, una bandera con un águila negra sobre fondo rojo, una orla con dos palmas a los lados, dos calaveras con huesos cruzados en la parte de abajo y dos coronas con las letras IKF en la parte superior.
Este crecimiento y prestigio había sido sin duda consecuencia no sólo de los servicios que los tlaxcaltecas habían prestado a la Corona, sino también a que la antigua ciudad indígena fue confirmada como sede del primer obispado del territorio desde 1526. Al año siguiente llegaba a ella fray Julián Garcés para ocupar su cargo y se hospedó en el palacio de Maxixcatzin, recién abandonado por los franciscanos; ese lugar se convirtió por el momento en catedral episcopal y fue dedicado a la Inmaculada Concepción. Sin embargo, el obispo duró muy poco en esta sede, pues al año de su llegada adquiría propiedades en la ciudad de México donde, a partir de 1533, residiría regularmente. Aunque en 1536 se asignó en la nueva ciudad de Tlaxcala un solar para la construcción de la catedral, ésta nunca se llegó a edificar, dado que ni el obispo ni el cabildo catedralicio estaban interesados en permanecer en ella, por lo que poco tiempo después comenzaron las negociaciones para trasladar la sede a Puebla. Este hecho debilitó a la ciudad indígena.
Dos años después de Tlaxcala, en 1537, se le otorgaba categoría de ciudad a la otra urbe indígena de la zona, Cholula, que se puso bajo la advocación de San Pedro; con dicha concesión se le permitía elegir un concejo de indios nobles y “una legua por cada viento para la mediación de sus propios”. La nueva ciudad, que ya era una cabeza de doctrina franciscana desde finales de la década de 1520 y sede de un corregimiento español a partir de 1531, se convertía en la segunda concentración urbana de indios que recibía ese título, aunque al parecer el escudo de armas no le llegó sino hasta 1540. Este galardón estaba dividido en cuatro cuarteles: en el primero un aspa con dos clarines y cinco estrellas de oro en campo sinople; en el segundo estaba representada la gran pirámide coronada por una cruz púrpura; el tercer cuartel tenía un león rampante armado de espada y barreado de negro; el último representaba la acequia Aquiahuac, con matas de tule y cuatro patos.
El 18 de agosto de 1553 en Valladolid se emitía la concesión de título de ciudad y blasón para otra ciudad vecina de Cholula, Huejotzingo, sede también de un corregimiento de la corona y de un convento franciscano a lo menos desde 1532.17 En el Nobiliario de conquistadores de Indias se incluye la cédula de concesión que fue solicitada por el gobernador y cabildo del poblado indígena así como la descripción del escudo: una fortaleza con una palma dorada y una bandera azul sobre la torre del homenaje en la que está labrada una cruz de Jerusalén. La torre está flanqueada por dos leones rampantes en oro y el escudo lo rodea una orla con cinco aspas y cinco estrellas. Como timbre lleva una filacteria con la frase C.V. [Carlos V] HISPANIARUM REX. En la cédula se utiliza el mismo modelo que en otros casos de ciudades indígenas que conocemos, se dice que se otorga a solicitud del gobernador y los principales del pueblo sin especificar sus nombres (lo que si se hace a menudo con las ciudades de españoles).
La relativa claridad que tenemos sobre la fundación de ciudades indígenas en los valles poblanos no es característica de aquellas situadas en la cuenca del Anáhuac. Al parecer la primera que consiguió escudo fue la de San Juan Tenochtitlan, aunque la fecha de concesión es imprecisa. Al igual que los otros señoríos que pertenecían a la Triple Alianza (Tezcoco y Tacuba), varios miembros de la nobleza Tenochca recibieron blasones de hidalguía, pero no es claro si alguno de ellos fue quien solicitó el escudo de la ciudad indígena que rodeaba a la ciudad española. El escudo que de ella se conoce es de forma occidental, con fondo de oro, en la parte central un lago “de azur” en el cual se alza una isla con sus calzadas de color natural o terroso, con edificios de gules, bordura de oro, entronada sobre un maguey de sinople, planta de suma importancia para los aztecas.
Tezcoco presenta la misma dificultad en cuanto a documentación fidedigna sobre un escudo original concedido por el rey. Esta fue quizás la cuarta ciudad indígena que consiguió título y un escudo gracias a los servicios prestados a Cortés y a los conquistadores durante la conquista de Tenochtitlan. El otorgamiento, según algunos autores, se hizo el 9 de septiembre de 1551, aunque otros documentos hablan de una primera concesión en 1543.20 Es significativo que al año siguiente de la supuesta concesión de 1551, el virrey Luis de Velasco recibía al cacique y gobernador Hernando de Pimentel para que fuera pregonado ese privilegio en la nueva ciudad. Desconocemos cuál haya sido este primer escudo de Tezcoco, pero sin duda no era el que dio a conocer Antonio Peñafiel en 1903, el cual presenta una serie de características que no cuadran, ni con el tipo de escudos que concedía la Corona en la primera mitad del siglo XVI (en los que predominaban castillos y leones), ni con la época del otorgamiento. Rodrigo Martínez ha demostrado que el escudo de Tezcoco conocido actualmente trae alusiones a Netzahualcóyotl, y sobre todo a la Relación de la ciudad de Tezcoco de Juan Bautista Pomar (elaborada en 1581) y a la Historia de la nación chichimeca de Fernando de Alva Ixtlixóchitl (redactada alrededor de 1615), ambos textos escritos con posterioridad al supuesto escudo otorgado por Carlos V en 1551.
Sergio Ángel Vázquez, en comunicación personal, me adelantó la hipótesis de que el escudo de Tezcoco fue una elaboración realizada por el mismo Ixtlixóchitl o por gente allegada a él, frente a la ausencia de un escudo en forma, pues los caciques del XVI no se habían puesto de acuerdo sobre cuáles eran las “divisas de los antiguos señores de Tezcoco”. La más antigua reproducción que conocemos de este escudo se encuentra en el Archivo General de la Nación y está fechada en 1786. En ella, el escudo está dividido en seis cuarteles: en los tres de la derecha se representan respectivamente dos águilas enfrentadas, un sayo acolchado a manera de peto con un faldellín de plumas y un macáhuitl o macana con puntas de obsidiana, un chimalli o escudo y un huhuetl o tambor. Estos elementos están asociados, según Rodrigo Martínez, con una lámina del Códice Ixtlixóchitl que representa a Netzahualcóyotl portando dichos atributos. En la parte derecha del escudo se representan un cerro que tiene grabado un brazo llevando arco y flecha, dos torres-templo (una de ellas incendiándose) y una pata de venado con un chalchihuitl del que sale un manojo de plumas. Todos esos elementos aparecen mencionados en la Historia de la nación chichimeca de Ixtlixóchitl como los elementos esculpidos en Tezcutzingo por orden de Netzahualcóyotl. Con este personaje también está vinculado el coyote portando dos borlas en las orejas que sirve de timbre al escudo. Según la narración de Ixtlixóchitl también estaban en esas armas antiguas “dos tigres a los lados de cuya boca salían agua y fuego y por orla doce cabezas de reyes y señores”. En el escudo del siglo XVIII están esas cabezas (aunque solo son siete) y rodeándolo los dos símbolos del agua y la tierra quemada que representan la guerra.
Sergio Ángel Vázquez, en comunicación personal, me adelantó la hipótesis de que el escudo de Tezcoco fue una elaboración realizada por el mismo Ixtlixóchitl o por gente allegada a él, frente a la ausencia de un escudo en forma, pues los caciques del XVI no se habían puesto de acuerdo sobre cuáles eran las “divisas de los antiguos señores de Tezcoco”. La más antigua reproducción que conocemos de este escudo se encuentra en el Archivo General de la Nación y está fechada en 1786. En ella, el escudo está dividido en seis cuarteles: en los tres de la derecha se representan respectivamente dos águilas enfrentadas, un sayo acolchado a manera de peto con un faldellín de plumas y un macáhuitl o macana con puntas de obsidiana, un chimalli o escudo y un huhuetl o tambor. Estos elementos están asociados, según Rodrigo Martínez, con una lámina del Códice Ixtlixóchitl que representa a Netzahualcóyotl portando dichos atributos. En la parte derecha del escudo se representan un cerro que tiene grabado un brazo llevando arco y flecha, dos torres-templo (una de ellas incendiándose) y una pata de venado con un chalchihuitl del que sale un manojo de plumas. Todos esos elementos aparecen mencionados en la Historia de la nación chichimeca de Ixtlixóchitl como los elementos esculpidos en Tezcutzingo por orden de Netzahualcóyotl. Con este personaje también está vinculado el coyote portando dos borlas en las orejas que sirve de timbre al escudo. Según la narración de Ixtlixóchitl también estaban en esas armas antiguas “dos tigres a los lados de cuya boca salían agua y fuego y por orla doce cabezas de reyes y señores”. En el escudo del siglo XVIII están esas cabezas (aunque solo son siete) y rodeándolo los dos símbolos del agua y la tierra quemada que representan la guerra.
Sobre el tercer señorío de la triple alianza, Tacuba, también existen serios problemas de documentación y muy posiblemente la concesión de su escudo estuviera igualmente asociada con los descendientes de sus señores tradicionales, pero su caso lo estudiaremos en el siguiente apartado. Hasta este momento las ciudades indígenas habían conseguido su escudo de armas por instancia de sus cabildos o de sus señores indígenas. Pátzcuaro en cambio es una excepción, pues la obtención de su título y escudo fue debida a la labor de un obispo. A partir de un enfrentamiento de intereses similar al que tuvieron Puebla y Tlaxcala, en el área de Michoacán se vieron confrontadas la indígena ciudad de Pátzcuaro con la española Valladolid. Durante la conflictiva década que siguió a la conquista, este territorio había sido escenario de una gran violencia. Hernán Cortés había enviado a someterlo a Cristóbal de Olid, quien al llegar encontró que el cazonci Zuangua de Tzintzuntzan se había fugado. Olid intentó la fundación de un cabildo en esa ciudad pero, al igual que en Antequera, Cortés estorbó el proyecto pues le interesaba convertir la capital de Michoacán en otra de sus encomiendas. A la muerte de Zuangua en una epidemia y después de una crisis sucesoria llegó al trono Tangáxoan, quien al ser bautizado recibió el nombre de Francisco. Este cacique, aliado de Cortés y de los franciscanos, sufrió varias veces prisión hasta que Nuño de Guzmán lo mandó matar ante su negativa a colaborar con él cuando iba hacia la conquista de Jalisco. El hermano adoptivo de Francisco, Pedro Cuinierángari, ocupó entonces el cargo de gobernador. Entre 1533 y 1534 llegaba el oidor Vasco de Quiroga a visitar Michoacán con la orden de la Audiencia de castigar a los corregidores y encomenderos abusivos, como a Juan Infante, y a pactar con los señores indígenas las condiciones de una convivencia pacífica entre indios y españoles. Quiroga llevaba también el encargo de fundar una ciudad que fuera cabecera de la provincia y futuro obispado.
Tzintzuntzan, como vimos, fue elegida por el oidor como sede de lo que se llamaría Granada en 1534, pero cuando Quiroga regresó a Michoacán en 1538, ya nombrado obispo y sin consultar al virrey, le pareció que sería más conveniente fundar su capital en Pátzcuaro a la cual, “como barrio de Tzintzuntzan”, trasladó el título de ciudad. Por medio de varias concesiones, convenció a don
Pedro Cuinierángari, que era entonces gobernador, a trasladarse desde Tzintzuntzan a la nueva sede. El proyecto de don Vasco era fundar una comunidad donde convivieran indios y españoles (a diferencia de la propuesta poblana). Para llevar a cabo su proyecto, Quiroga inició la construcción de una soberbia catedral con cinco naves distribuidas como los dedos de una mano para que cada sector de la población tuviera su lugar; después fundó el colegio de San Nicolás con el fin de formar a los sacerdotes de su nueva utopía y el hospital de Santa Marta que albergaría la imagen de la Virgen de la Salud, cuya devoción se extendió a todos los hospitales del territorio fundados a instancias de don Vasco. Su proyecto encontró la oposición de una parte de la nobleza indígena, de los franciscanos de Tzintzuntzan y de algunos encomenderos.
En 1541 el virrey Mendoza se hizo eco de los descontentos con el proyecto de Quiroga y temeroso del peligro que implicaba un poder tan grande decidió fundar una ciudad española que compitiera con Pátzcuaro. A Guayangareo, la nueva capital, se trasladó el cabildo español, se le concedieron tierras y trabajadores y se le llamó “Nueva Ciudad de Michoacán”. A partir de entonces comenzó una batalla campal entre las dos ciudades por el título de capital. Desde 1545 Pátzcuaro consolidó su cabildo indígena gracias a la presencia del sucesor de Pedro Cuinierángari, Antonio Huitziméngari, culto y refinado descendiente de la familia real de Michoacán, quien gobernó durante 17 años y se convirtió en símbolo del antiguo poder de los monarcas purépechas y colaborador de los españoles en la guerra contra los chichimecas. El otro apoyo, el obispo Quiroga, en guerra abierta contra la nueva ciudad, partió a España en 1547 a defender su fundación y en su ausencia se fortalecieron las alianzas entre los frailes, la nobleza indígena y el virrey Mendoza.
Durante su viaje a la metrópoli Quiroga consiguió muchos beneficios para Pátzcuaro, trajo suficientes clérigos para conformar su cabildo catedral y un proyecto de iglesia secular. También consiguió del rey la concesión de un escudo de armas otorgado a Patzcuaro el 21 de julio de 1553: una laguna con una iglesia sobre un peñón y “otros tres peñoles” en la parte de abajo. A esta concesión original muy posiblemente el mismo Quiroga agregó la catedral, símbolo de su primacía como capital episcopal. En otra de las versiones de este escudo, dicha catedral estaba representada como un plano con cinco naves radiadas y la leyenda “Estas son las armas que dio el rey a la ciudad de Michoacán”. Para Quiroga, Guayangareo debía nombrarse pueblo pues la única ciudad era Pátzcuaro. Sin duda esta primera etapa debe ser considerada como la más rica en fundaciones de ciudades y en concesión de escudos de armas. En las siguientes ese impulso inicial se redujo, aunque no considerablemente como veremos.
Continuara...