Redacto esta tediosa y larga entrada en estas fechas de patrióticos festejos por y para celebrar la tan famosa batalla del 5 de mayo, pero la razón principal es para hacer hincapié en algo muy específico: es poco sabido de la influencia de los hechos históricos ocurridos en nuestra nación que han motivado su remembranza en banderas y/o símbolos extranjeros, es por eso que hoy haremos un poco de historia en un extenso texto que no puede ser resumido.
El 17 de julio de 1861 el presidente mexicano Benito Juárez, decretó una moratoria en el pago de la deuda externa de su país, suspendiéndola por un período de dos años, al cabo de los cuales se comprometió a reanudarla, esta problemática decanto en lo que históricamente se conoce como la Intervención Francesa.
Fue el 5 de Mayo de 1862 cuando el General Charles Ferdinand Latrille, Conde de Lorencez, al mando de las tropas francesas ordenó el asalto a los fuertes de Loreto y Guadalupe, que defendían la ciudad de Puebla al mando del General Ignacio Zaragoza; el ejército invasor fue rechazado con grandes pérdidas al intentar en repetidas ocasiones tomar las fortificaciones. Al final, tuvieron que abandonar el campo y retirarse vencidos y perseguidos por la caballería mexicana.
En 1863, con la llegada de numerosos refuerzos y otro general, Elie Frederick Forey, se decidió atacar nuevamente Puebla. Entre las nuevas tropas recibidas de Francia se encontraban tres batallones de la Legión Extranjera al mando del Coronel Jeanningros, un eficiente veterano con más de 30 años de servicio, quien había participado en la batalla de Moulay-Ishmael en Argelia. Dos de sus batallones desembarcaron en Veracruz el 31 de marzo de 1863 y el tercero lo haría en los próximos días.
En marzo de ese año, los soldados franceses y 13,000 auxiliares mexicanos marcharon contra la heroica ciudad que separaba a Veracruz de la capital. A los legionarios franceses, para su decepción, se les asignaron tareas menores, como resguardar los convoyes en la sección oriental, donde abundaban enfermedades como la fiebre amarilla y el tifus. A este respecto, el comandante en jefe del ejercito francés, general Elie Frederic Forey, había señalado que prefería que fuesen extranjeros y no franceses quienes tuvieran la responsabilidad de defender el área más insalubre, es decir, la zona tropical entre Veracruz y Córdoba, donde reinaba la malaria.
Desde que fue creada en 1831 por el rey Luis Felipe, buena parte de la opinión pública francesa consideraba a la Legión como una desgracia y se mostraba profundamente ofendida por el hecho de que mercenarios foráneos fuesen empleados para pelear las batallas de Francia, pues todos sus cuadros, con excepción de los oficiales, no eran franceses sino ciudadanos de otros países enlistados bajo condiciones muy difíciles.
El 15 de abril un convoy compuesto por 64 carretas que llevaban varios cañones destinados a demoler las defensas de Puebla, municiones, provisiones y cofres de oro para pagar a las tropas, partió desde Veracruz. La inteligencia mexicana era buena y gracias a ella pronto tomaron conocimiento sobre la existencia de este convoy.
El gobernador civil y militar del Estado de Veracruz, Coronel don Francisco de Paula Milán, ensambló una fuerza integrada por tres batallones de infantería de 400 hombres cada uno: el batallón de la Guardia Nacional de Veracruz, el batallón de la Guardia Nacional de Córdoba y el batallón de la Guardia Nacional de Xalapa, más 800 hombres de caballería –500 lanceros y 300 irregulares– para interceptar y capturar el valioso cargamento enemigo. A primera impresión parecía ser una tarea fácil, particularmente porque la caballería mexicana era muy eficiente y estaba armada con rifles de repetición, a la vez, mantener la seguridad de este convoy era de particular preocupación para los franceses, razón por la cual el 27 de abril el comandante en jefe de los legionarios, el coronel René Jeanningros, quien había establecido su cuartel general en Chiquihuite, decidió que la tercera compañía del primer regimiento de la Legión debía llevar a cabo la tarea de escoltarlo mientras recorriera el área bajo su responsabilidad. La mayoría de oficiales de dicha compañía se encontraban enfermos. Tres oficiales se ofrecieron como voluntarios: el capitán Jean Danjou, ayudante del Estado Mayor de la compañía; el teniente Napoleón Villain y el teniente segundo Maudet. Estos hombres conformaban un trío formidable. El capitán Danjou era un legionario con varios años de antigüedad que sirvió con distinción en Argelia, Crimea e Italia. En Crimea perdió una mano, que había reemplazado con una prótesis de madera. Villain y Maudet aparentemente eran de nacionalidad francesa, pero se enlistaron como belgas ya que, como se indicó, la Legión prohibía que ciudadanos franceses se enrolaran como soldados. Estos hombres comenzaron como rasos, lucharon con eficacia y fueron promovidos al rango de oficiales en mérito a la conducta demostrada en la batalla de Magenta. La compañía a la cual pertenecían estaba compuesta por un total de 120 soldados, pero en aquel momento sólo 62 hombres de nacionalidad polaca, italiana, alemana y española, estaban aptos para realizar la tarea.
Capitán Jean Danjou |
Teniente Segundo Maudet |
Teniente Napoleón Villain |
Poco antes de las 06:00, la tercera compañía cruzó por la aldea del Camarón, o "Camerone", como la bautizaron los franceses, la cual, como todas las rancherías de la región, se encontraba medio destruida por la guerra. La construcción principal, conocida como la Hacienda de la Trinidad, consistía en una pequeña vivienda con modestas edificaciones de adobe alrededor. A un kilómetro y medio del Camarón, Danjou ordenó a sus tropas detenerse para tomar la ración de desayuno, y como medida preventiva mandó desplegar algunos centinelas. Unos minutos después vino la alarma. Los legionarios observaron que un fuerte contingente de caballería mexicana se acercaba hacia el lugar. De inmediato Danjou ordenó a sus hombres preparar sus rifles y conformar un rectángulo defensivo. Los legionarios sólo contaban con una ventaja natural en aquel campo abierto, cuál era la profusa vegetación existente, que se convertía en una barrera natural contra la caballería oponente. Cuando los mexicanos estuvieron a una corta distancia, los legionarios, al grito de “¡viva el emperador!” abrieron fuego impidiendo su avance. Los mexicanos prefirieron no arriesgar una carga y ejecutarron una maniobra dirigida a rodearlos. Danjou entonces ordenó una retirada hacia el único sitio donde podrían organizar y mantener una defensa sostenida, no al Paso del Macho como algunos pretendían, sino a la hacienda del Camarón. En pequeños grupos, la caballería mexicana hostilizaba a la compañía de la Legión mientras esta se dirigía hacia su objetivo, haciendo de su repliegue un infierno. En dos ocasiones los legionarios se detuvieron y los hicieron retroceder con descargas. Finalmente Danjou y la mayoría de sus hombres lograron su cometido pero a costa de perder las raciones y las mulas con las municiones. Cuarentiseis de ellos alcanzaron la casa hacienda, algunos heridos, pero otros 16 fueron interceptados y capturados por las fuerzas de Milán. Lo peor para los franceses fue que los mexicanos pudieron llegar al Camarón casi simultáneamente, con lo cual se emplazaron en las partes altas y en uno de los establos ubicados en las esquinas.
Los legionarios estaban en una posición muy complicada. Las paredes externas de la ruinosa propiedad tenían un perímetro de 50 metros de ancho y 50 de largo y una altura de tres metros. Dos grandes puertas en la parte oeste y un forado en el este eran los puntos de acceso. Además, sólo contaban con 60 balas por hombre. Pero Danjou era un veterano acostumbrado a situaciones imposibles. De inmediato ordenó levantar barricadas en los claros y desplegó a sus hombres en posición defensiva. Para mala suerte de los legionarios, los patios estaban expuestos al fuego de los mexicanos desde las alturas y Danjou no podía hacer nada para neutralizarlos. Otra parte de la caballería mexicana desmontó y ejecutó bravos ataques, pero los legionarios los rechazaron. Poco después de las 09:00, en medio de un sol abrasador, el coronel Milán envió un oficial mexicano de origen francés, el jóven teniente Ramón Laine, para exigir la capitulación de los legionarios. Danjou rechazó la demanda con un rotundo no y luego se dirigió a cada uno de sus hombres para que le prometieran pelear hasta el final.
Aproximadamente a las 11:00 una bala disparada por un francotirador, posiblemente escondido en los establos, acabó con la vida de Danjou. Rápidamente el teniente Villain asumió el mando de la defensa. Cerca del mediodía los legionarios escucharon el sonido de clarines, y los zuavos, ubicados sobre los techos, observaron una columna de soldados que se aproximaba. Hubo un entusiasmo general pensando que se trataba de refuerzos del ejército francés, pero la algarabía pronto se apagó al comprender que eran refuerzos mexicanos solicitados por el coronel Milán, consistentes en tres batallones de infantería: el Guardia Nacional de Vercruz, el Guardia Nacional de Xalapa y el Guardia Nacional de Córdoba. La situación de los legionarios se complicó, pues además de la pérdida de su enérgico comandante, ahora estaban rodeados por dos millares de soldados enemigos. Con estas tropas, el fuego mexicano se hizo más intenso y sus incursiones se sucedieron con mayor frecuencia. Las horas pasaban, el calor arreciaba y los legionarios comenzaban a sufrir los efectos de la sed y la deshidratación, pues el agua de sus cantinas hacía un buen tiempo se había agotado. Villain mantuvo una defensa tan corajuda como la de Danjou, pero alrededor de las 14:00 horas cayó acribillado por el intenso fuego mexicano. El comando recayó en el teniente segundo Maudet.
Una vez más el coronel Milán, hombre de honor, prouso la rendición de los legionarios, garantizándoles la vida. Maudet se negó. Los mexicanos decidieron que había llegado el momento apropiado para emprender un asalto frontal y reducir de una vez por todas a sus enemigos. Uno sin embargo no fue suficiente. En consecuencia, oleadas de ataques pretendieron romper la cerrada defensa pero los certeros disparos de las disciplinadas tropas francesas los contuvieron. En varias ocasiones los hombres de Maudet cruzaron el patio para socorrer a sus compañeros caídos, lo que generalmente resultaba mortal. Fracasados los asaltos, los mexicanos prendieron fuego a los alrededores de la posición francesa, que se estaba convirtiendo en un verdadero infierno. Un gran coraje fue desplegado por ambas partes al tiempo que la lucha alcanzaba su clímax. Inclusive los mal entrenados irregulares mexicanos combatieron con estoico valor durante los reiterados intentos de ingresar por las puertas y ventanas. La gran mayoría de ellos resultaron muertos por efecto de las balas y las bayonetas de los legionarios, y sus cuerpos eran devueltos inermes sobre el patio.
Coronel Francisco de Paula Milán |
Ante este espectáculo los soldados mexicanos titubearon si acabarlos o perdonarles la vida. Sus dudas fueron resueltas con la aparición de un oficial mexicano, el Coronel Angel Lucio Cambas, quien también era de origen galo. Luego de apaciguar a sus hombres, se dirigió a sus adversarios en perfecto francés con las siguientes palabras: “Ahora sí supongo que se rendirán”.
El cabo Maine comprendió que si bien aquel hombre tenía el porte de un francés y hablaba perfectamente la lengua francesa, era tan mexicano como Juárez y por tanto un enemigo, que, por razones estrictamente humanitarias, deseaba salvar sus vidas. Observando a sus dos camaradas, respondió: “Nos rendimos, pero si nos permiten permanecer con nuestras armas y atender a nuestros heridos”. El coronel Cambas respondió con un saludo militar, y alzando su sable en señal de respeto expresó: “A un hombre como usted se le concede lo que sea”. Cambas demostraría una actitud de caballerosidad y el comportamiento de un verdadero militar, con alto sentido del honor a un uniforme del ejército por el que peleó con valor. De inmediato mandó que los legionarios heridos fueran atendidos.
Al ser informado de la rendición, el coronel Milán exclamó: “¡Pero estos no son hombres, son demonios!”. Los mexicanos brindaron a sus adversarios las mayores consideraciones. Veintitrés legionarios fueron asistidos por la tropa y 16 de ellos sobrevivieron a sus heridas. Se hizo lo posible por salvar la vida del teniente Maudet y se le envió junto con un sargento, también gravemente herido, al hospital de Huatusco, distante a 80 kilómetros. Ante la precaria situación del hospital, Maudet finalmente fue llevado a casa de doña Juana Marredo de Gomez, distinguida dama mexicana conocida por sus obras de caridad. Pese a los esfuerzos brindados por doña Juana, el oficial francés fallecería, no sin antes escribir las siguientes palabras: “Yo dejé una madre en Francia, yo encontré otra en México”.
Los mexicanos causaron a los legionarios 26 muertes: tres oficiales y 23 soldados; pero a su vez 300 de sus hombres yacían muertos y heridos. Tampoco pudieron adueñarse de los cañones ni el botín, pues el convoy, al escuchar los disparos y encontrarse a distancia, logró evadir la acción, con lo cual la iniciativa de Danjou de marchar en avanzada dio un resultado apropiado para los intereses franceses. Al día siguiente, el coronel Jeanningros llegó al Camarón al frente de una columna de rescate, pero ya era tarde. Los mexicanos habían partido, dejando solo los cadáveres de los legionarios caídos en combate. Junto a ellos permanecía un herido, que se presumió como muerto, con ocho balas en su cuerpo, quien narró el heroico episodio protagonizado por sus camaradas ante fuerzas muy superiores. Desde prisión, el cabo Evaristo Berg pudo hacer llegar una nota a Jeanningros la cual concluyó con las siguientes palabras:
“La 3ª Compañía del 1er Regimiento está muerta mi coronel, pero ella hizo demasiado, y por lo que de ella se puede decir, tuvo unos bravos soldados”.
Al retorno de su cautiverio Berg sería promovido a oficial. El resto de prisioneros participantes en el incidente del Camarón, incluyendo los 16 legionarios apresados durante la retirada a la hacienda, es decir, un total de 32 hombres, fueron canjeados por oficiales mexicanos capturados por los franceses y casi todos se mantuvieron en la legión. El cabo Maine también fue ascendido a oficial y alcanzó el grado de capitán. Los otros sobrevivientes como Wensel, Schaffner, Fritz, Pinzinger y Brunswick fueron hechos Caballeros de la Legión de Honor de Francia, mientras que los clases Magnin, Palmaert, Kunassec, Schreiblick, Rebares y Groski recibieron la Medalla Militar.
Este extraordinario acto de coraje, que se prolongó ininterrumpidamente por espacio de once horas, fue para los franceses una victoria moral sin precedentes por haber sido peleada contra todas las adversidades. Y si bien una valiosa unidad de combate integrada por hombres leales y determinados a dar su vida por la causa francesa había sido exterminada, su acción permitió salvar un valioso convoy y levantó la moral de los soldados que luchaban por la implementación de la estrategia francesa en México. Más importante aun para las tradiciones de la Legión, la mano de madera del capitán Danjou fue hallada por el coronel Jeanningros en las ruinas del Camarón y se convirtió en la reliquia más preciada de esa institución militar. Tales fueron las repercusiones de la acción de la tercera compañía del primer regimiento de la Legión, que durante el resto de la ocupación francesa de México las tropas de ese país debían detenerse y presentar armas cuando cruzaran frente a la hacienda del Camarón.
La fecha de la batalla del Camarón se erigió desde 1904 en un evento ritual para la Legión Extranjera, y hoy día se celebra con gran pompa y respeto en el patio de honor del cuartel general de la Legión en Aubagne, cerca de Marsella. La mano del capitán Danjou, guardada en una pequeña urna, es exhibida frente a los regimientos y un recuento de la batalla es leído a cada una de las unidades de la Legión en el día de las ceremonias. Las cenizas de los demás muertos en el Camarón son preservadas en un relicario, mientras que el águila mexicana, que se convirtió en la insignia del primer regimiento, es paseada alrededor de la capilla. La palabra “Camerone” está inscrita en letras de oro en las paredes de Les Invalides en París.
Las conmemoraciones se han extendido a México. En 1892 se autorizó a Francia a levantar un monumento –remodelado en 1963 por el gobierno mexicano, al cumplirse un centenario de esta batalla– cuyas inscripciones dicen lo siguiente: “Aquí estuvieron menos de sesenta opuestos a todo un ejército. La vida abandonó a estos soldados franceses antes que el coraje el 30 de abril de 1863”. Las ceremonias son atendidas por ciudadanos franceses residentes en ese país y oficiales del ejército mexicano, para quienes por cierto no resulta extraña la máxima de la Legión: “Cada legionario tiene a Camarón tallado en su corazón”.