miércoles, enero 25, 2012

De Fuentes y de Armas

Estimados lectores, me reincorporo a este desatendido blog con un propósito en mano: escribir con más frecuencia y con muchas ganas durante este año venidero, pues en el año pasado he cerrado con una actividad bastante floja y prácticamente lo he comenzado de la misma forma, de lo cual pido una disculpa y tratare de enmendar este terrible situación.

Es por eso que hoy hablaremos de fuentes, bueno más bien de solo una. Y es que hace muchos siglos atras, desde la época de Tenochtitlán, de aquel tiempo en que los manantiales del cerro de Chapultepec bastaban para dotar de agua a los habitantes de la Ciudad de México, existía un acueducto que transportaba agua del mencionado cerro hasta el lugar conocido como Salto del Agua.


De este obra hidráulica sobreviven 15 de los 904 arcos de construcción, ubicados sobre Avenida Chapultepec, y la fuente del Salto del Agua, en la que termina el acueducto por donde corría el tan necesitado líquido.


La tan citada fuente y personaje principal de esta entrada, fue mandada a construir por Don Antonio María de Bucareli y Ursúa el 20 de marzo de 1779 siendo el nuevo virrey de la Nueva España, y su descriptivo nombre se debe a una cascada que se formaba al caer el agua sobre un tazón de piedra, sostenido por las estatuas de tres niños montados en delfines. En esos tiempos, la gente que vivía por la zona acudía a recoger el agua en cubetas, ollas, tinajas, etcétera. 


Sin embargo, la transformación de la Ciudad de México puso en peligro a la fuente, la cual durante el siglo XIX quedo muy dañada por las obras viales que se hicieron a su alrededor, por lo que se decidió removerla para ser trasladada a la huerta del Museo Nacional del Virreinato, ubicado en Tepotzotlán, Estado de México, donde es resguardada y mostrada al público en todo su esplendor, y en su lugar se colocó una reproducción.

El estilo arquitectónico del monumento es barroco y en la parte superior del mismo el diseñador, cuyo nombre se perdió en el tiempo, colocó dos figuras femeninas, una de ellas vestida como indígena, mientras que la otra luce un atuendo español, con lo que se representó el viejo y el nuevo mundo.

El resto de la obra, heráldico motivo que me llevo a redactar esta entrada,  muestra en el frente un gran relieve representando un águila con las alas abiertas y entre ellas, unos estandartes españoles y entre sus garras macanas aztecas; en el pecho del águila, obviamente,  las armas de la Ciudad de México, como se usaban en aquel tiempo.



Así pues, inicio este año esperando que este blog siga gustando.

Saludos y nos leemos en la siguiente entrada.