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jueves, abril 04, 2013

Los Escudos Urbanos de las Patrias Novohispanas (1 de 4)

Si bien en este blog se trata de compartir todo lo referente a la Ciencia Heroica en nuestro país, no es suficiente solo el esfuerzo de un servidor, es un hecho que siempre es necesario referirnos a fuentes externas para concretar y ampliar el conocimiento. En México se dice que de heráldica se habla poco, tal vez sea cierto, pero también es cierto que existen investigaciones serias con poca atención.

Con base a lo anterior, inicio una serie de cuatro entradas que contendrán textualmente la investigación hecha por un mexicano, una investigación sin duda profunda, interesante y claro está, obligada para conocer los hechos que hacen que la heráldica deba ser motivo de preservación en la cultura Mexicana.


Los Escudos Urbanos de las Patrias Novohispanas

por Don Antonio Rubial García
Facultad de Filosofía y Letras
Universidad Nacional Autónoma de México

La palabra “patria”, tan traída y llevada en los festejos de los centenarios que nos han ocupado en los últimos años y que culminaron en el 2010, es un término antiguo que proviene de la raíz latina, pater y significa la tierra donde se ha nacido. Su sentido estaba por tanto restringido al terruño, a la ciudad nativa o adoptiva, en fin, a la identidad local. Por lo tanto, ni para los novohispanos, ni para nuestros antepasados de la primera mitad del siglo XIX, “patria” tenía la misma connotación que posee para nosotros. No fue sino hasta finales de esa centuria, época en la que se conformó nuestra moderna idea de país, que los términos nación y patria tomaron las connotaciones actuales para definir a México.

A lo largo de los siglos virreinales la conciencia de territorialidad se dio alrededor del término reino, pues en la llamada América septentrional no existía propiamente un país y las fronteras no eran muy claras ni por el norte, ni por el sur; de hecho, su delimitación en los mapas se representaba de manera incierta. Por otro lado, el reino era una extensión de la capital y, aunque no se utilizaba aún la misma palabra para definir a las dos entidades como ahora, se comenzaban a poner las bases de esa monumental metonimia que trasladó al país entero el nombre de la ciudad capital, la primera entidad urbana que construyó sus símbolos patrios y que los impuso al resto del territorio.



Entre los elementos más representativos con los que México Tenochtitlán, las demás ciudades “de españoles” y las urbes “indígenas” comenzaron a generar sus identidades locales dentro de la matriz hispánica estaban los escudos de armas. Sus principales promotores fueron los ayuntamientos urbanos que, a imitación de los europeos, solicitaron de la monarquía el reconocimiento de autonomía municipal (otorgada con el título de ciudad) y que estaba representada por ese emblema. La costumbre, nacida en la Edad Media, se consolidó desde el siglo XII dentro del marco del crecimiento urbano y la centralización monárquica; ambos sectores generaron una base de mutuo apoyo: las ciudades con sus recursos financieros y el rey con su prestigio y autoridad. En la península ibérica la concesión de escudos se vio además reforzada por la reconquista sobre el Islam, proceso en el que ambas instancias (corona y ciudades) tuvieron un papel fundamental.



Entre los siglos XII y XV la importancia simbólica del escudo de armas concedido por el rey a una ciudad reforzó la alianza entre la monarquía y los municipios y “premió” los servicios que estos daban a los reyes. El emblema, cuyo contenido a menudo era inspirado por los mismos solicitantes, era usado en las ceremonias públicas y en las celebraciones religiosas, se bordaba sobre tela o se labraba en piedra para ser colocado en las puertas de las casas reales o ayuntamientos, junto al de la dinastía reinante. En las concesiones de dichas “armas” se especificaba que podrían traerlas “en sus pendones, sellos, escudos, banderas y estandartes y en las otras partes y lugares que quisieren”. No es extraño, por tanto, que con la implantación del dominio hispánico sobre América, el otorgamiento del título de ciudad y el escudo de armas respectivo se convirtiera en uno de los reconocimientos más solicitados por las poblaciones recién fundadas, aunque también en el más excepcionalmente concedido.

Cédula Real donde se conceden Armas a la Ciudad de Puebla de los Ángeles
A menudo tales blasones llevaban como timbre (es decir como insignia colocada sobre el escudo) una corona en señal de que la concesión era hecha por el rey. A pesar de su importancia, y aunque parezca extraño, los datos sobre tales concesiones no son muy precisos y a menudo su origen se pierde en la vaguedad de fundaciones míticas, o en la narración deformada de relaciones decimonónicas escasamente avaladas por una documentación fiable. Por ello, lo que aquí presento es un avance de investigación, con una gran cantidad de hipótesis y muchas preguntas, más que un trabajo ya concluido.


Armas del Estado de Chiapas
En la Nueva España podemos delimitar tres etapas en el proceso de formación de esas fundaciones privilegiadas con título y blasón: la primera, que llamaremos imperial, se enmarcaría dentro de la política de apoyo a las primeras conquistas que Carlos V y sus ministros llevaron a cabo entre 1523 y 1556, aunque en algunos casos este primer proceso no se consumó sino décadas después. Un segundo periodo, que denominaremos filipino, abarcaría las últimas décadas del siglo XVI y las primeras del XVII y se caracterizó por el otorgamiento de ambos privilegios a ciudades indígenas o a urbes periféricas para fortalecer la ampliación de las fronteras y engrandecer su status de capitales. En la tercera época, que llamaremos epigonal (centrada en la segunda mitad del siglo XVII y las primeras décadas del XVIII), los títulos y blasones se otorgaron a varios centros urbanos menores, pero con suficientes recursos económicos, siendo la finalidad principal de la Corona paliar sus necesidades financieras, cada vez más acuciosas.

Continuara…